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Columna
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Los biocarburantes

El modelo agrario que fomenta actualmente la UE es, más que ambicioso, utópico, según el autor. En su opinión, desviar parte de los recursos agrarios desde el abastecimiento de alimentos hacia el consumo energético implica agravar el problema de seguridad alimentaria mundial.

El modelo agrario de futuro que está fomentando la Unión Europea parece ser más utópico que ambicioso. Se trataría de lograr un sistema sostenible medioambientalmente, competitivo en la producción de alimentos en mercados mundiales en gran medida liberalizados, que atienda las nuevas preferencias de los consumidores, contribuyendo a un nuevo modelo energético con mayor utilización de biomasa y, al tiempo, fuera respetuoso con el bienestar de los animales de granja. Tantos buenos propósitos arrastran a la incredulidad.

Según la comisaria europea de Agricultura, Mariann Fischer Boel, la incorporación de un 5,75% de biocarburantes (biodiésel y bioetanol) a los actuales combustibles fósiles, en 2010, requeriría 18 millones de hectáreas, que equivalen al 30% de la superficie que hoy día dedica la Unión Europea a las producciones que se precisan (cereales, oleaginosas y remolacha). Además de estos recursos territoriales, teniendo en cuenta que las tecnologías actuales permiten obtener bioetanol a 118 dólares por barril y biodiésel a 80 dólares por barril, es necesario aplicar un conjunto de incentivos y subvenciones, adicionales a los que ya se conceden al productor agrario por sus funciones tradicionales.

Claro está que también cabe el recurso de importar estos productos o sus materias primas de otras partes del mundo, por ejemplo de zonas tropicales y en vías de desarrollo, buenas productoras de biomasa, para mover nuestros automóviles y contribuir al cumplimiento de Kioto. Pero, ¿cuáles pueden ser las consecuencias para el equilibrio alimentario? Desviar parte de los recursos agrarios desde el abastecimiento de alimentos hacia el consumo energético, en el actual momento histórico, implica agravar el problema de seguridad alimentaria mundial y, en mi opinión, es una estrategia precipitada y bastante irresponsable.

Quemar cereales en atascos de coches no parece el modo más razonable de cumplir con Kioto, sin antes impulsar medidas restrictivas al tráfico

En el futuro, si fuéramos capaces de alimentar a toda la población del planeta y si lográramos corregir los excesos de consumo energético, dentro de un modelo menos duro que el actual, especialmente en el transporte, la utilización de biomasa será sin duda un recurso renovable muy apreciado. Hoy día parece evidente que el energético no es sólo un problema de oferta sino, también, de control del consumo superfluo. Por tanto, es bueno experimentar e investigar, pero quedémonos ahí por el momento.

En el caso español la nueva estrategia comunitaria puede tener efectos perversos inmediatos. Las ayudas a estas materias primas (cereales, remolacha y colza) han despertado el interés de algunas empresas energéticas y, al tiempo, las subvenciones agrícolas adicionales también pueden llegar a atraer a los agricultores. Claro está que ello depende de los precios para otras utilizaciones en alimentación humana o animal y, ahí está la cuestión, en un país fuertemente deficitario en cereales, los precios tienden a subir sin remedio. En noviembre, con una cosecha normal de 20 millones de toneladas de cereales, es posible que el precio de la cebada haya superado su récord histórico en España, 17 céntimos de euro por kilogramo (28 pesetas/kg), con trigo y maíz con precios superiores.

Esta situación amenaza seriamente la competitividad de nuestro sector ganadero que no ha cesado de progresar, desde la incorporación a la UE. España está importando ya, en la actualidad, una tercera parte de las necesidades de cereales para alimentación, más de 10 millones de toneladas un año normal. La nueva demanda de biocarburantes incrementará estas importaciones en otros tres millones de toneladas, al menos. Especialmente si tenemos en cuenta que la expansión de la colza se efectuará en superficie actualmente cerealista.

Las condiciones climatológicas y de medio físico de la agricultura española aconsejan dedicar nuestros recursos agrarios a producciones de alto valor añadido (frutas, hortalizas, vino, aceite de oliva y productos ganaderos), en todos los cuales se han desarrollado sistemas productivos muy competitivos. Por rendimientos físicos, fuera de los regadíos, no somos un país donde resulte rentable la producción de commodities, al menos con las actuales estructuras productivas. Y dedicar estas a la producción de bioetanol parece una insensatez. Quemar cereales en atascos de tráfico no parece el modo más razonable de cumplir el compromiso de Kioto, sin antes impulsar medidas restrictivas al tráfico privado en las grandes urbes.

Carlos Tió. Catedrático de Economía Agraria de la Universidad Politécnica de Madrid

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